No hablo de amistad, ni de compromiso. Hablo de atravesar muros, de poder hablar de tú a tú; de confiar en que ese ‘alguien’ no soltará nuestra mano cuando estemos frente al abismo. Porque sí, porque es arriesgado entregar esa llave. Porque, al hacerlo, les estamos ofreciendo el temible poder para destruirnos, confiando en que no lo harán. Y no siempre es así.
Que sí, que siempre dejaste claro tus límites y demonios, tu pasado, tu rencor. Heridas que nunca terminaron de cicatrizar y que por poco nos cuesta la vida; que un día te irías para no volver. Pero, entre nosotros, he de admitir que llegué a tener ese pequeño atisbo de esperanza que me contaba al oído que todo estaba bien, que quizás esta vez sería la excepción y por fin habías encontrado tu sitio, tu pequeño refugio; ese lugar en el interior de los que te queríamos en el cual poder esconderte de tus miedos, poder dejar los fantasmas atrás y, en definitiva, empezar desde cero.
Dos inviernos y una primavera después.
Dirán que el tiempo lo cura todo, que es el mejor remedio para toda enfermedad intangible del corazón, que un clavo sustituye a otro clavo y todas esas mierdas. Pero no es cierto. Ya basta de esconderse, de lamer heridas y suturar esas ganas de gritar “quédate hasta el día que lluevan pianos”.
Quizás nunca fuiste el tipo de chica ideal. Eras indómita, lasciva y tóxica; un arma de doble filo. Desalmada, a veces, y fuerte, extremadamente fuerte, tal y como lo quiso la vida. Pero, ¿sabes?, tú eras especial, eras distinta al resto. Tenías ese tan exclusivo carisma capaz de doblegar cualquier muralla, la virtud de transformar los días grises en soleados y, en definitiva, la integridad para conseguir que, cuando me encontraba perdido, todo volviese a merecer la pena. Y sonreír.
I wish you were here.
Podríamos llegar a decir que prácticamente vivo entre andenes.
Como anécdota, os contaré que casi nunca suelo mirar a la persona que se sienta a mi lado cuando he de trasladarme empleando cualquier tipo de transporte público. De este modo, puedo imaginar fácilmente que es ella la que está ahí, conmigo, y me acompaña durante mis pequeñas travesías. Es algo que se ha tornado innato en mí.
Desde que te fuiste, sigo cuidando de Metalan (aunque,
mejor dicho, es él quien cuida de mí). No te imaginas cuánto haces falta en
esta foto. Te echamos de menos, loca.
... Me pregunto si realmente estarás bien, si te encuentras en
el punto exacto que querías, si has cumplido tus objetivos o, por el contrario,
te has alejado de ellos. Si te acuerdas de nosotros (para bien o para mal), si hubiese existido algún modo
de evitar que llegásemos a esta situación. Porque cada mañana, cada tarde, cada
noche justo antes de acostarme, me cuestiono a mí mismo en qué fallamos, qué
tan mal pude interpretar las señales como para que ocurriese todo de este modo.
Y me culpo, sobretodo, por no haberte podido cambiar aunque, muy en el fondo,
sabía que tu decisión era irrevocable.
Pero
para eso están los amigos, ¿no?.
Se te quiere mucho.
Att: un pasajero más de tu tren.
Jesús
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