8/4/13

Protegida por una serpiente.

La serpiente entra en un bar, se acerca sigilosa a la barra y pide un desayuno. Un camarero intrigado le dice que espere en la mesa que en breve se lo sirven y sin embargo es una excusa para poder mirarla mejor. Como un escaparate en la única mesa libre del bar, justo en el centro, a la vista de todos los demás clientes.

Una mesa habla primero.

-Como para no verla, una fresca seguro, mira como viste y lo que lleva ¡Por favor!

-¿A quién se le ocurre?

Un niño pregunta intrigado a su madre que ocurre con aquella mujer.

-¡Ni la mires! Es pura maldad, mira cómo va vestida de negro y rojo. Son los colores de la sangre y la muerte. Por no hablar de la serpiente…

Un corro de señoras cuchichea.

-Yo en mis tiempos si hacía algo así no me dejaban salir de casa.

-¡Calla que tu padre era un blando! ¡A mí me habrían azotado solo por pensar en eso!

-¿Cómo se pierden tan rápido las buenas costumbres?

El camarero por fin llega con el desayuno. Sin dejarlo aún sobre la mesa hace un par de preguntas a la mujer. Preguntas sin importancia, preguntas para poder estar cerca de ella un poco más de tiempo, recorriéndola con sus ojos segundo a segundo con tanta fuerza que casi se podían oír como sus ojos rasgaban sus vestiduras.

No por estar desayunando iban a parar los comentarios ni mucho menos. Otra mesa no tardó en reaccionar ante la estampa.

-¡Qué asco! ¿Cómo puede desayunar eso?

-Bueno está claro que está en el menú. No veo el problema.

-¡Tú te callas! ¡No es en el desayuno en lo que te estas fijando! ¡Si te conoceré yo!

Su mirada se paraliza, la serpiente, que no había parado de silbar y sacar los dientes, ahora estaba buscando algo o a alguien, algo se acercaba pero ni la serpiente sabía que era.

-¡Hola! ¿Eres nueva aquí?

Un niño sin padres se había acercado a hablar con la mujer, preguntando cosas sin importancia pero con gran valor, un pequeño gesto en un territorio muy hostil. Pasaron un rato hablando, contándose sus venturas y desventuras de los días pasados. Nadie en el pueblo sabe de lo que hablaron, todos se fijaron en la serpiente y lo peligrosa que podía ser.

Sin embargo, nadie movió un musculo para salvar al pobre niño, que no tan pobre y no tan niño fue el único al que la serpiente no enseño sus dientes. Después de un buen rato hablando se despidieron, ella pagó su desayuno, le hizo un regalo al niño y se marchó para nunca volver a ese pueblo.

Muchos años han pasado desde entonces y este hombre sigue llevando la serpiente que aquella mujer le regaló aquel día. Un pendiente convertido en colgante que le había protegido durante toda su vida del resto de serpientes aunque fuesen humanas.